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Navidad

Navidad

 

Navidad ¿?… 

Existen múltiples modos de minimizar la Navidad cristiana de los que no es el único el quedarnos en esa navidad neopagana del consumo y el despilfarro. También es  minimizarla  convertirla meramente en una entrañable fiesta familiar en la que damos salida a los buenos sentimientos que todos llevamos dentro. Asimismo, se minimiza la navidad al dejarnos arrastrar sólo por nostalgias infantiles, quedándonos en la belleza y el lirismo de esos bellos símbolos asociados a estos días: los villancicos, las figuras de nuestros nacimientos… 

Celebrar la Navidad es afirmar que el gran Dios, al que el hombre ha buscado desde que comenzó a serlo, sobre el que han especulado tantos filósofos que han intentado explicar los enigmas del universo y del hombre, se ha hecho carne, ha plantado su tienda de campaña entre las tiendas de campaña de los hombres. 

Celebrar la Navidad es afirmar que el gran Dios creador, al que no se puede soslayar, al  

menos como pregunta, por mucho que progresen nuestros conocimientos de astronomía y nuestras especulaciones sobre la explosión inicial del universo, se ha hecho un niño como nuestros niños, ha nacido, ha llorado, ha sido envuelto en pañales como nuestros niños.  

Celebrar la Navidad es afirmar que la Palabra “que estaba junto a Dios y era Dios”, “por la que todo se hizo y sin que exista nada que no haya sido echo en ella”, se ha hecho hombre; “que la plenitud de luz y de la vida de la Palabra ha desbordado sobre nuestra tiniebla y nuestra muerte”. 

  Navidad es el reflejo del misterio de Dios. Generaciones  de hombres han intentado plasmar a través de palabras, símbolos y manifestaciones artísticas quién es ese Dios del que san Juan nos dirá: “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Sabemos más sobre Dios mirando a ese niño, que lo que podemos conocer a través de todas las especulaciones sobre el Dios de los filósofos; porque ese niño es “impronta del ser de Dios”. 

Todos nuestros intentos por balbucear, tartamudeando,  el misterio impenetrable de Dios deben arrancar de aquí. Así comprendemos, como decía Zacarías, padre del Bautista, que: “la entrañable misericordia de nuestro Dios” nos ha visitado, luz que ilumina nuestra tiniebla, vida que da aliento a nuestras muertes. Esto es celebrar la Navidad. 

Y la Navidad es también el reflejo del misterio del hombre: En el anuncio de que “Dios se ha hecho hombre se concentra el abismo de misterio del Dios impenetrable y, al mismo tiempo, los hombres nos sentimos referidos a los otros hombres como el lugar de manifestación al que Dios desciende como amor. Por eso, creo en Dios y en el hombre” (G. von le Fort). Sólo porque creo en Dios, puedo creer también en el hombre, ya que el hombre, sin la fe en Dios, se ha hecho, en nuestros días, muy poco digno de crédito. Porque es verdad que todos sentimos muchas veces, en nosotros mismos o, en los otros, lo “poco digno de crédito que es el hombre”, nuestras miserias, injusticias y violencias. 

Hoy, en medio de una visión pesimista sobre el hombre, los cristianos tenemos que proclamar la dignidad y el inmenso valor de todo hombre. Pues, para Dios, el hombre es tan importante que Él se ha hecho uno de nosotros. Para Dios, la historia de los hombres es tan importante que Él ha formado parte de lo mejor de nuestra historia. La condición humana es tan sublime que ha sido posible que esa “Palabra, que existía desde el principio y en la que todo ha sido creado”, se encarnase en el hombre. 

No es sólo que el nombre de Dios se haya añadido a los grandes nombres de nuestra historia; es el mismo hombre, todo hombre, el que queda engrandecido, porque la condición humana ha sido capaz de albergar al mismo Dios. Esto es lo que celebramos en la Navidad. 

Y, por todo  ello, podemos decir y desearnos con razón: ¡FELIZ NAVIDAD! 

 

Jesús Yusta Sainz 

  

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